El Duende del Itchimbía
Mal genio y presuroso, una vez que empezaba a oscurecer,
recorría hasta el último rincón del parque, pobrecillos aquellos que se tropezasen
con él, ¡auxilio…! - se escuchaba, las parejitas corrían como si Lucifer las
persiguiera y los muchachos, uno tras de otro, despavoridos huían loma abajo.
Terminada su jornada regresaba a su hogar, un laberinto de túneles que en las
mañanas eran visitados por jovenzuelos en busca del diablillo, que más de un
susto los hizo pasar y un par de vestidos logró hurtar, de quienes por miedo dejaron
en alocado escape, ¡jajajajaja…! reía el duende al verlos correr.
Manuel y el tranvía de la muerte…
¡Una copa más…! ¡No Manuelito, ya
no hay más!, ¡hep!, nunca más regreso, le dijo Manuel al cantinero, salió
maldiciendo a todos; eran las diez de la noche, la plaza de Santo Domingo con
mucha niebla, extraño, a lo lejos el tranvía, pero Manuelito como no sabía ni
que día era peor que hora era, se subió, en él su tío muerto hace muchos años y
don Segundo que recién había fallecido, lo saludaron, el miedo se apoderó y la
borrachera se le quitó; bajo del tranvía y juró que nunca más ¡juro por diosito
que nunca más me chumo...!
Una
visita a la casa embrujada de Guápulo
Camino a Guápulo el aire se
tornaba más denso, los ánimos eran menos expresivos, ¡arriba, ya llegamos! – decía
Alberto a sus amigos-, a los más tímidos, el miedo y el frío les hacía presas
fáciles de imágenes tenebrosas, pero no faltó el valentón, -Alberto- que al
llegar a la casa embrujada, saltará la cerca y dentro del patio animara a los
demás, sin embargo el terror se apoderó
de todos al ver una sombra tras la ventana que hizo que en carrera
desenfrenada, a la cabeza Alberto, salieran en precipitada huida, dejando
incluso atrás la camioneta que los había llevado.
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